El pasado viernes 26 de mayo nos visitaron María Valdés, Donata Cairo, Silvia Olivares, y Rosa Araya socias de la Corporación Canto de Agua, Chile una organización de artesanas que con sus más de 15 años de vida es un ejemplo de Economía solidaria. De su paso por Kidenda nos queda, además de su trabajo, todo un testimonio y un ejemplo de vida y de lucha.
“Canto de Agua” es un nombre irónico para una asociación enclavada en una zona donde el agua es un verdadero problema. Primero porque está localizada en pleno desierto de Atacama, uno de los lugares más áridos del mundo, y en segundo lugar, por el aluvión que en 2015 arrasó la zona y del que todavía se están recuperando. La corporación, un proyecto completamente autónomo a nivel económico, también se ha visto afectada por dicho aluvión. Como nos dice Silvia “…muchos han cerrado, nosotras hemos resistido pero con mucha dificultad”. Este desastre ha empeorado la situación económica de una zona cuyos principales motores económicos, además de la minería, es el turismo, que gracias al aluvión es mínimo y la recolección de la uva que está en manos de grandes multinacionales.
Los orígenes de Canto de Agua y su trabajo
Tal y como nos cuenta María, socia fundadora junto con Donata “en el 2007 éramos Arenaflor, una asociación formada por 4 artesanas, hasta que decidimos unirnos en red a otras artesanas o asociaciones artesanas a fin de unir fuerzas”. A día de hoy Canto de Agua está formada por 25 proyectos productivos. “Principalmente se trabaja con arena y flores del desierto, así se inicio todo esto, pero también bisutería, cerámica, fieltro, tejidos, velas y bordados”. Rosa nos aclara que “Yo soy la de los bordados, mi empresa es Maki Bordados” mientras que Silvia nos cuenta que lleva el tema de alimentación y gestiona la cafetería comunitaria que han abierto en la casa común que la Corporación ha adquirido y donde hay además una tienda y están los talleres de muchas de las artesanas.
En gran parte del trabajo de las artesanas que forman parte de la Corporación se reconoce la herencia étnica y la influencia de los pueblos originarios, principalmente los Kolla y los Diaguita. Muchas de las artesanas son de origen indígena y como nos dice Donata, “es muy importante por lo que significa en cuanto al rescate de la cultura, de las raíces de la zona. Muchos de los dibujos realizados con la arena del desierto también reproducen motivos indígenas y de hecho se venden en el Museo Precolombino de Santiago de Chile y son muy valorados”.
Una alternativa a la explotación y al desempleo
Donata y María cuentan ambas con 20 años a sus espaldas en el duro trabajo de recolección de la uva, en condiciones de explotación, sin apenas derechos. María nos relata cómo junto con varias compañeras, se unieron “para pelear por nuestros derechos frente a la patronal”, las grandes multinacionales, y como consiguieron cambiar muchas cosas, a costa de su propia seguridad personal, la propia Donata fue encarcelada.
“Al trabajar para multinacionales te conviertes en una cifra”, nos dice Silvia. Sin olvidar lo que significa trabajar en una zona tan árida, soportando temperaturas de 40 grados, sueldos miserables, sin agua potable para beber, sin parar para descansar o simplemente para ir al baño, trabajo infantil... “Pero es que no había otra alternativa, así que se trabajamos por mucho tiempo sin una esperanza de cambio”. Así hasta que se inició un movimiento de lucha desde los y las temporeras de la uva. En este punto, María destaca con humor como “conseguimos movilizar a los empresarios, les hicimos creer que éramos muchos los trabajadores que estábamos detrás, cuando éramos un grupo mínimo, pero conseguimos sentarnos en la misma mesa con los empresarios y el propio gobierno para poder decirles las verdades a la cara”.
Consiguieron cosas como un autobús para el transporte de las personas trabajadoras, que se trabajara con contrato o tener agua potable y desapareció el trabajo infantil, pero nuestras protagonistas perdieron sus puestos de trabajo a lo que hay que sumar los problemas de salud que son el resultado de las duras condiciones en las que se trabaja en la recolección de la uva. “El coste humano que tiene producir esa uva es inimaginable” remarca Silvia.
Una experiencia de Economía Solidaria y Comercio Justo
Arenaflores y el resto de las iniciativas productivas y artesanas que forman parte de la Corporación son el resultado de búsqueda de una alternativa al desempleo y la explotación, para una vida más digna, haciendo de la asociatividad la clave para la transformación. Lo que empezó casi como un hobby de Donata, elaborar tarjetas con arena y flores del desierto, se convirtió en un oficio y así poco a poco empezó la transformación.
En ese proceso la formación, destaca Donata, es y ha sido muy importante. Formación humana integral, desarrollo personal y autoestima; formación técnica, en diseño, computación, comercialización y formación en Economía Solidaria y Comercio Justo. Claro que estas mujeres en los últimos años han pasado de recibir formación a ser ellas mismas las formadoras o ponentes en espacios de Economía Solidaria.
Donata nos cuenta las dificultades habidas en este proceso, sobre todo por lo complicado que es reunir a todas las artesanas. “Nos gustaría hacer la Comercialización y formación todas juntas, pero es muy difícil por las condiciones de la zona, las grandes distancias a las que nos obliga vivir en un Desierto como Atacama. Esto dificulta a veces el funcionamiento de la tienda, ya que muchas artesanas tienen sus centros de producción en sus propias casas y algunas artesanas viven a más de 100 Km de distancia unas de otras”.
Rosa destaca la formación en los principios del Comercio Justo, “yo no conocía el comercio justo, pero una vez me metí en este tema… te cambia el pensamiento, la vida, aprendes que tienes que cuidar la tierra, que protegerla... Y aprendes como trasmitir esos principios, por qué no es algo para mi sola, también debo trasmitirlo a los demás, darlo a conocer también a nuestros clientes…. No se trata de poner un cartel en la tienda que pone Comercio Justo y ponerse a vender tal cual… la venta es solo una parte, pero también es importante de donde viene el producto, como se hace, quien lo hace. De hecho es por todo eso que nosotras estamos acá. Otra persona puede contarte como son nuestros productos, pero no tiene ni idea de lo que hay detrás, solo nosotras podemos contar lo que hacemos y sobre todo como lo vivimos, como es nuestra experiencia completa. Venimos a mostrar nuestros productos, como productoras, como las creadoras que somos. Que no sea otra persona la que hable de nuestro trabajo sino nosotras mismas.”
Una experiencia transformadora
Formar parte de este proyecto de economía solidaria ha transformado la vida estas mujeres, pero estos procesos no siempre son sencillos, particularmente si eres mujer y estás limitada por los convencionalismos y machismos dominantes que limitan tu autonomía. En muchas ocasiones luchas con tu propia familia que no entienden “por que te metes en estos temas…”
Según Donata “ha sido un largo proceso en el que nos hemos empoderado”. María asiente y relata como “mi familia, sobre todo mi marido no lo entendía, le costó mucho, pero yo seguí adelante. Antes mi vida era el trabajo y la casa, pero al involucrarme en este proyecto me cambio la vida. Algo que pensé que serían solo unos meses se convirtió en algo muy importante, cambió mi forma de relacionarme con los demás, ha cambiado mi manera de ser…”
“A mi criaron para ser ama de casa y nada más -nos cuenta Rosa- pero a través de este proyecto me liberé de ese pensamiento. Mis hijos dicen, mama se liberó, es una mujer valiente… Nuestro cambio se refleja en ellos”.
Como ejemplo de cómo han cambiado las cosas, Donata relata la primera entrevista que hicieron a María en relación a su trabajo como artesana, ella les contesto: “me parece una cosa buena porque con esto puedo ayudar a mi marido”. Su respuesta a día de hoy no se parecería en nada a esa.
La experiencia de Silvia está muy marcada por la dictadura, gran parte de su familia se fue al exilio y ella misma trabajó 20 años como cocinera en Argentina. “Toda mi vida me he dedicado a trabajar, solo pensaba en mi sueldo de cocinera, en alimentar a mis hijos, eso me borró, 20 años de mi vida en los que pude ser yo. Es por eso que todo lo que he ganado con este proyecto va mucho más allá de lo que haya podido ganar económicamente. Al involucrarme en este proyecto de economía solidaria, de comercio Justo, he recuperado los valores que conocí en mi niñez y en mi juventud, cuando vivía en una casa de puertas abiertas marcada por la solidaridad”.
Gracias María, Donata, Rosa y Sivia.
2017ko maiatzaren 22
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