Hoy 1 de octubre se celebra el Día Internacional del Café. La organización Internacional del Café proclamo en 2015 este día con el objetivo de rendir homenaje al café, una de las bebidas más consumidas y populares del mundo. También es una oportunidad para promover prácticas cafeteras más sostenibles y para visibilizar la difícil situación de los productores de café en el mundo.
El actual modelo de la industria del café no resulta sostenible ni para el medio ambiente ni para quienes lo cultivan. La producción de café sufre especialmente el impacto del cambio climático: aumento de temperaturas, alteración de lluvias, plagas y enfermedades, etc. De hecho el informe Café: La historia de un éxito que oculta una crisis. Estudio de sostenibilidad de la cadena productiva del café (2019) revela que sin un plan para combatirlo, la superficie apta para su cultivo podría reducirse a la mitad en 2050.
Frente a ello, los modelos productivos que combinan el Comercio Justo y la agricultura orgánica son los que generan mejores resultados tanto para aumentar los ingresos de los productores y productoras como para conservar modelos agroforestales tradicionales y frenar las consecuencias del cambio climático.
El café requiere unas condiciones muy particulares para producirlo, por ello su cultivo está especialmente amenazado por la crisis climática. Según las previsiones, de aquí a 2050 la temperatura podría aumentar en las principales zonas de plantación, con incrementos de lluvias y temporadas secas cada vez más áridas. Paralelamente la previsión es que en este mismo periodo el consumo de café aumente debido a los cambios de hábitos y al desarrollo de economías emergentes. Para satisfacer la nueva demanda, se debería multiplicar por 2’5 la superficie disponible para las plantaciones, lo que incrementaría los efectos negativos que ya se están constatando. Por ejemplo, la creciente expansión de la producción de café y la tendencia a modernizar las explotaciones están generando un gran impacto en la deforestación. Ello provoca la tala de árboles de sombra y, por tanto, la pérdida de sus beneficios asociados como son la regulación climática, la lucha contra la erosión o el mantenimiento de la fertilidad y humedad de los suelos.
Asimismo, para asegurar una mayor productividad de las tierras, la industria se está orientando hacia el monocultivo de café sin sombra lo que produce un mayor rendimiento de las tierras pero también impactos negativos en la calidad de los suelos y el agua o la pérdida de biodiversidad. Además, estos modelos industriales necesitan un elevado uso de productos químicos, lo que aumenta los costes de producción y, por tanto, reduce los ingresos para los productores y productoras, que ya viven en la pobreza.
De los tres países analizados en el estudio, en Perú y Etiopía, los caficultores/as generaron ingresos muy por debajo de lo que se considera el umbral de la pobreza. De hecho en 2017 sus ingresos fueron un 20% más bajos que en 2005. En el caso de Colombia aunque de media los caficultores sí alcanzan el umbral de la pobreza no se puede considerar un nivel de vida digno. Las familias caficultoras a menudo no cuentan con medios suficientes para mantener sus cultivos, a veces ni siquiera para cosechar todo su café, por lo que se ven obligadas a endeudarse para satisfacer sus necesidades básicas. Ello favorece también fenómenos como el trabajo infantil o la migración. A menudo sufren malnutrición e índices elevados de analfabetismo. Los productores y productoras son los más vulnerables de la cadena y su capacidad de acción se ve superada por los efectos del cambio climático.
En un mercado que genera unos 200.000 millones de dólares al año -el segundo producto primario en volumen comercial después del petróleo-, la desigualdad entre los distintos eslabones de la cadena se ha acrecentado. En los últimos años mientras las empresas tostadoras y distribuidoras generaron 1.177 millones de euros, las productoras y producores percibieron únicamente el 4% de las ganancias.
Se trata de una industria en la que la distribución de valor y costes es profundamente injusta. Si bien los países productores reciben de media entre el 23% y el 27% del valor generado por la cadena del café, concentran entre el 68% y el 92% de los costes sociales asociados y sufren en primera persona los principales impactos medioambientales y sociales.
El sistema de comercio justo favorece una mayor calidad de vida de los productores y productores cambiando las reglas del juego de la cadena productiva. En Perú, en 2016, el 25% de las exportaciones totales de café fueron producidos bajo los principios del Comercio Justo, lo que significó para los 45.000 productores y productoras recibir un 5% más del valor total en relación al mercado convencional.
En el caso de Colombia, el café de Comercio Justo, que representa el 2’5% de las exportaciones y es producido por 67.000 personas, además de permitirles desarrollar un modelo agroforestal y orgánico que ofrece una alternativa para luchar contra las consecuencias del cambio climático, han aumentado sus ingresos en un 20% .
En Etiopía un 29% de las cooperativas cafetaleras contaban con la certificación de Comercio Justo. En su caso, la doble certificación de Comercio Justo y orgánica ha permitido aumentar en un 10% los ingresos de las comunidades productoras y preservar el modelo agroforestal tradicional de producción que permite evitar efectos como vientos calientes, fuertes lluvias o temporadas más largas de sequía. Por otra parte, las cooperativas han logrado crear un capital colectivo e invertirlo para infraestructuras comunitarias (educación y sanidad).
202eko urriaren 1
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