¿Y si fuéramos capaces de crear un circuito económico alternativo que desde la producción al consumo, la distribución y la financiación, se guiara por criterios éticos, democráticos, ecológicos y solidarios? ¿Y si esto ya fuera una realidad y se estuviera gestando un sistema de mercado alternativo y social?
Esto que suena a un viaje distópico de un mundo idílico que se nos antoja seguramente inalcanzable, es un sueño común compartido por centenares de empresas y por miles de personas desde hace más de una década. Y, como cualquier proceso de gran calado como este, que supone y requiere de un cambio de paradigma y de imaginario profundo, la cosa lleva su tiempo… Pero se hace camino al andar, y en ello se viene enredando la Economía Social y Solidaria desde hace años, promoviendo un Mercado Social que rompa las lógicas del mercado capitalista, poniendo en el centro de la actividad económica a las personas y sus verdaderas necesidades, haciéndolo de una manera justa y sostenible, abandonando lógicas de acumulación, despojo y destrucción a las que tan acostumbradas nos tiene esta (esa otra) economía.
Pero no seamos ingenuas ni nos quedemos en la superficie: todo esto no se crea ni se sostiene de la nada. Es mucho el esfuerzo con que se riegan estos proyectos para hacerlo posible. Porque no basta con hacerlo bien, tiene que ser viable. Y eso requiere también de un buen hacer en el extremo final de la cadena, en ese consumo consciente, responsable y transformador que premia las buenas prácticas y le da el oxígeno necesario a aquellas iniciativas que nos parecen dignas de apoyo, porque generan condiciones de vida dignas. Porque para ver los cambios que queremos, esos que la sociedad demanda cada día con más fuerza, se necesita una apuesta decidida de una amplia base social que entienda el consumo como una herramienta política y de transformación social.
No podemos desmercantilizar el mercado, colocar los cuidados en el centro, tener vidas conciliables, combatir el cambio climático y otras grandes amenazas como la pérdida de biodiversidad; no podemos relacionarnos con base en la confianza y la cooperación, primar la solidaridad y el apoyo mutuo y una amplia gama de consignas cada día respaldadas por más gente (valores que además son antagónicos a los dogmas predominantes de este sistema), si no apoyamos y premiamos aquellos agentes que están siendo referente, faro y guía, para la conformación de otros marcos económicos, de otros marcos de vida.
El sector empresarial de la economía solidaria como un amplio espectro de organizaciones que englobamos en “lo social” tienen mucho que decir en la construcción de esta nueva sociedad, y no solo del lado de la propia producción, generando iniciativas que demuestren que “otra economía está siendo posible”, sino en tanto a agentes aglutinadores de base social con conciencia crítica y capacidad de incidencia política, y que incluye tanto a sus propias trabajadoras, como a personal voluntario, colaboradores, socias y clientes: todas tienen cabida. En efecto, quienes formamos parte de este amplio movimiento deberíamos ser la avanzadilla que consolide desde un sujeto colectivo estos proyectos de transformación. Si no nosotras, ¿quién? Si nosotras no consumimos como producimos es difícil que lo haga quien no conoce o no valora el impacto de nuestra actividad. Nuestro ejemplo puede fortalecer y apoyar nuestras propuestas para que puedan escalar y consolidarse, y ser así más capaces para contagiar a nueva gente y convertirse, en definitiva, no en la excepción sino en la norma que rija el sector y la actividad empresarial.
Porque, si rascas un poco, ese “nosotras” es verdaderamente amplio. Somos jóvenes y no tan jóvenes emprendedoras que, expulsadas de un mercado laboral que solo precariza y despoja, hemos decidido dar un paso al frente, organizarnos, hacer y producir desde lo colectivo. Somos personas de a pie que no queremos que nuestros cuerpos sean campos de batalla y lucro de las grandes multinacionales de comida más que poco saludable (“comida basura” que la llaman, y que aun así nos la comemos…), y que, por tanto, hemos iniciado un delicioso proceso de transición hacia un consumo consciente y responsable.
Somos cooperativistas o clientes, o las dos cosas, de proyectos estratégicos para una nueva economía; como los que nos alumbran y dan calor al calor de lo sostenible, accionistas de lo popular que también desde las finanzas éticas hacen sostenible multitud de proyectos que miran por el bien común, garantizando así el derecho al crédito. Simpatizantes, activistas y voluntarias de organizaciones sociales de lo más diversas, defensoras de los Derechos Humanos, Sociales, Sexuales o Civiles, de la Naturaleza y sus ecosistemas, que hemos tomado conciencia de la contradicción de alimentar con nuestro consumo y nuestro dinero aquellas empresas contra las que batallamos en nuestro tiempo de trabajo y ocio. Suma y sigue.
Quizás sea “solo” cuestión de ser capaces de interpelar y contagiar ese “nosotras común” y, sobre todo, tomar conciencia de la importancia de una apuesta decidida por nuestras propias redes. Este es el objetivo de Consume Dentro, campaña promovida por REAS Red de redes a través de los Mercados Sociales territoriales coordinados en una comisión estatal, “desde el convencimiento de que reforzar nuestros propios circuitos económicos, produciendo y consumiendo en nuestras entidades, es hoy más necesario que nunca. Son muchas las empresas solidarias que en estos tiempos difíciles necesitan el apoyo de otras entidades y de otras personas que consumen de forma consciente y responsable para seguir con su actividad económica generadora de grandes beneficios sociales y medioambientales. Como también hay cada día más personas que no quieren que su consumo y su dinero alimente un sistema que provoca desigualdad, pobreza, precariedad y destrucción medioambiental”. ¿Simbiosis que lo llaman, no?
Sumerjámonos y dejémonos cautivar, pues, por estas redes de las que, directa o indirectamente, formamos parte, conozcamos sus propuestas por encima de otras, por más accesibles y fáciles que estas otras se nos presenten, porque es la manera de cuidar esa red que nos sostiene, ese circuito económico local, social y comunitario que tanto necesitamos y nos necesita, como ha quedado patente estos meses de pandemia y crisis. ¿Lo hacemos posible? ¿Aceptamos el reto de verdaderamente y forma decidida, consumir dentro.