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El lugar de las mujeres en las cooperativas agricolas

Nuestro socio Alboan, comparte a través de Guillermo Otano, los atractivos y retos de las cooperativas, tan importantes en nuestro modelo de Comercio Justo

“A lo largo de las dos últimas décadas, ALBOAN ha venido acompañando a cooperativas campesinas en diferentes lugares de África y Latinoamérica. Nuestra experiencia nos ha enseñado que una de las claves para evaluar el buen funcionamiento de una cooperativa consiste en estudiar la posición que ocupan las mujeres dentro el entramado de relaciones sociales que se dan en la comunidad. La razón para pensar el progreso humano desde ahí, deriva de un hecho, y es que las desigualdades de género están presentes prácticamente en todas las culturas, y, si no se tienen en cuenta, el modelo cooperativo puede terminar reproduciéndolas o, en el peor de los casos, agravándolas. La cuestión que debemos preguntarnos, por lo tanto, es la siguiente: ¿De qué manera afectan las desigualdades de género al funcionamiento de las cooperativas agrarias? En primer lugar, hay que tener presente que este tipo de cooperativas surgen por lo general de la colaboración entre familias campesinas dedicadas a la agricultura, que, hasta entonces, cultivaban pequeñas explotaciones para su subsistencia. Comenzar a trabajar de manera coordinada es una manera de reducir los costes de producción, hacer frente a los riesgos asociados al campo, como por reportaje 15 ejemplo a las malas cosechas, e incrementar beneficios ampliando la cuota de mercado. Sin embargo, a la hora de evaluar el funcionamiento de una organización social desde el punto de vista del desarrollo humano tenemos que ir más allá de estas aparentes ventajas económicas del cooperativismo y fijarnos en sus efectos positivos sobre las capacidades de las personas. En este sentido, detener la mirada en la situación particular de las mujeres puede revelar algunos aspectos cuestionables del modelo. No podemos olvidar que, en las sociedades eminentemente rurales y agrarias, donde todavía predominan las formas de autoridad tradicionales, la estructura familiar tiende a privilegiar especialmente la posición de los hombres frente a la de las mujeres. Esto puede observarse en la infravaloración del trabajo que las mujeres realizan en el campo, a menudo consistente en las actividades más tediosas y mecánicas, al tiempo que se las excluye de los espacios de decisión sobre los cultivos o la gestión de la economía. La desigualdad de género se refleja también dentro de los hogares, donde son ellas quienes al llegar a casa se encargan de las labores ligadas a los cuidados familiares; y está presente desde el nacimiento, en la medida en que los prejuicios machistas tienden a privilegiar el bienestar de los niños frente al de las niñas. Un hecho que, a su vez, tiene importantes repercusiones a lo largo de toda la vida tanto en la salud de las mujeres como en su menor acceso al mundo educativo. Todos estos indicios de la desigualdad de género han sido ratificados por numerosas investigaciones. Por eso, cuando en ALBOAN nos propusimos estudiar, en el marco del proyecto KISANTU, las experiencias de dos cooperativas agrí- colas en Colombia y la República Democrática del Congo, decidimos presFondos de solidaridad para desarrollo equitativo “La Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el año 2012 como el Año Internacional de las Cooperativas.” tar especial atención a estas desigualdades y a las estrategias que las propias mujeres han desarrollado para hacerles frente. En el caso de Colombia, sistematizamos la experiencia de ASOPECAM, una cooperativa de café del municipio de Tulúa, en el Valle del Cauca. Allí, las mujeres de la comunidad tienen igual derecho que los hombres a participar en la cooperativa. Sin embargo, en la práctica ese derecho no siempre se ejercía, pues eran los hombres quienes, al ser considerados “cabeza de familia”, participaban inscritos como asociados. En consecuencia, eran ellos quienes participaban mayoritariamente en la toma de decisiones y quienes gozaban de autonomía en el manejo de los fondos. Ante esta situación las mujeres decidieron agruparse dentro de la cooperativa para tomar conciencia de su situación, expresar su malestar y reivindicar cambios. Éstos comenzaron a darse en el momento en el que se decidió favorecer la participación de las mujeres en los órganos de gobierno. A partir de ahí, les fue posible ampliar el acceso de las mujeres a los cursos formativos e incluso gestionar, con apoyo de la cooperativa, sus propios proyectos económicos vinculados a la producción agrícola y su comercialización. Todo ello ha sido muy posi- 16 reportaje tivo para reforzar su autoestima y su empoderamiento. En la Unión de Cooperativas de Itimbiri UCOOPI, en la República Democrática del Congo, la situación de desventaja de las mujeres era similar, aunque en lugar de café se cultivan otros productos locales, especialmente la variedad de arroz paddy y la mandioca, y el contexto sociocultural es diferente en muchos aspectos. Allí, para mejorar su autonomía, las mujeres decidieron constituir una asociación formal con autonomía propia dentro de la UCOOPI, la AFUCOOPI. Al crear ese espacio, lo que se logró fue que las mujeres dispusiesen de sus propias tierras de cultivo, que las trabajasen en colaboración con los hombres de la comunidad y que fueran ellas quienes gestionasen sus beneficios. En ambos casos, queda mucho por hacer para mejorar las relaciones de igualdad a nivel comunitario. Pero la apertura del debate público en torno al lugar de las mujeres dentro y fuera de las cooperativas ha abierto nuevos horizontes para avanzar en el desarrollo humano de toda la comunidad mediante la construcción de estructuras sociales más justas. Guillermo Otano ALBOAN”

7 de abril de 2016

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